Llegó a Niadela, nombre ficticio del lugar, buscándose a sí misma. Esa parte de ella que había perdido a lo largo de los años porque no se había prestado suficiente atención.
Beatriz Montañez, la chica que una vez lo tuvo todo, fama televisiva, dinero y éxito profesional. Pero le faltaba lo más importante. Ella. Algo no funcionaba. Decidió dejarlo todo para vivir en comunión con la naturaleza, en una casa antigua de labriego abandonada en medio de un bosque. Sin luz, cobertura de móvil ni agua caliente. Sin un alma en un radio de 25 kilómetros.
Dice que fue amor a primera vista. Ambas se sentían vacías, abandonadas, pero deseando de volver a ser habitadas.
Llegar a Niadela fue como regresar al vientre materno, volver a nacer.
El coraje y la valentía que le llevó a cambiar su vida radicalmente asegura no ser fruto de tocar fondo, sino de haber visto la luz. Dejó la televisión en 2014 en un momento en el que se veía muy perdida. En 2015 se fue a viajar por Asia tres meses, y un curso de meditación budista en Tailandia le abrió los ojos: aprendió a apreciar el presente y a estar en contacto consigo misma. A ver las cosas tal como son, sin juzgarlas ni adornarlas.
«Era un ser humano corriente pero que llega un punto en la madurez que has perdido tanto de ti mismo, parte de lo que eras, por darle forma a lo que la sociedad quiere que seas. Para sentirte querido por tus padres, para encajar en un grupo, para llevarnos bien con los niños del colegio, para caer bien al jefe y que nos dé un ascenso…es un proceso que empieza desde que nacemos. En ese momento tomé consciencia y decidí recuperar todos los pedazos míos que había tirado a la basura, por encajar en una sociedad en la que tampoco estaba contenta. No era yo, no me sentía una persona entera»